Cartas Perdidas, Corazones Encontrados
Sinopsis: Tomás, un cartero de pueblo con alma de escritor, comete un error imperdonable que pone en peligro la correspondencia de todo San Jacinto. En una carrera contra el tiempo y su propia culpa, deberá redimirse y recuperar lo perdido, descubriendo que las historias que reparte son tan valiosas como la suya.
1. El Silencio de la Madrugada
El olor a café recién hecho inundaba la pequeña cocina de Tomás. Sello, su fiel labrador, lo observaba con paciencia desde su cojín, moviendo la cola suavemente. Tomás, con sus 42 años marcados en las líneas de expresión alrededor de sus ojos verdes, se preparaba para una nueva jornada como cartero de San Jacinto. El pueblo dormía aún, envuelto en la neblina matutina, pero él ya sentía el peso familiar de su bolsa de cuero sobre el hombro, llena de historias esperando ser entregadas.
"Buenos días, Sello," murmuró, acariciando su cabeza suavemente. "Hoy tenemos muchas noticias que repartir." Sello ladró en respuesta, un sonido suave y ronco, como si entendiera la importancia de su labor. Tomás revisó la ruta en su cuaderno, meticulosamente anotada con los nombres y direcciones de cada habitante. Cada casa, cada buzón, era un universo en sí mismo, lleno de alegrías, tristezas, secretos y esperanzas.
El cielo comenzaba a teñirse de un rosa pálido cuando Tomás salió a la calle. El aire fresco le acarició el rostro, despertándolo por completo. Montó en su vieja bicicleta, la misma que había usado desde que era un joven aprendiz de cartero, y comenzó su recorrido. Las calles estaban vacías, solo interrumpidas por el canto ocasional de algún pájaro madrugador. Saludaba a los pocos vecinos que encontraba, con una sonrisa amable y un "Buenos días".
Todo transcurría con la calma habitual hasta que, al llegar a la plaza del pueblo, vio el cartel: "Ciclo de Cine Clásico - Hoy: El Halcón Maltés". Tomás sintió una punzada de nostalgia. Hacía años que no se permitía un momento de ocio. La idea de sumergirse en una historia ajena, aunque fuera por un par de horas, le resultó irresistible. Pensó en las cartas en su bolsa, en la responsabilidad que conllevaba su trabajo, pero la tentación era demasiado fuerte. Se justificó pensando que la función comenzaba temprano y que aún tendría tiempo de terminar su ruta. Un error que lamentaría profundamente.
Guardó la bicicleta contra un árbol y entró al cine, el único del pueblo, con un sentimiento de culpa mezclado con emoción. El lugar estaba casi vacío, solo un puñado de personas dispersas entre las butacas. Encontró un asiento en la última fila y se acomodó, tratando de ignorar el peso de su bolsa de correo contra su espalda. La película comenzó, pero la fatiga del madrugón y el ambiente cálido de la sala pronto hicieron efecto. Tomás luchó contra el sueño, pero finalmente sucumbió, dejando que la pantalla se desvaneciera en un borrón de luces y sombras.