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Cartas Perdidas, Corazones Encontrados

2. La Desaparición de las Palabras

Un estruendo sordo lo despertó de golpe. La pantalla aún proyectaba las imágenes en blanco y negro de la película, pero el cine estaba completamente vacío. Tomás se incorporó, desorientado y con un dolor punzante en la sien. La función debía haber terminado hacía rato. Se levantó torpemente, sintiendo un frío glacial en el estómago. Fue entonces cuando lo notó: su bolsa de cuero, su compañera inseparable, había desaparecido.

El pánico lo invadió como una ola. Revisó debajo de la butaca, buscó a tientas en la oscuridad, pero la bolsa no estaba por ninguna parte. Corrió hacia la puerta, tropezando en la oscuridad. Salió a la calle, gritando el nombre de Sello en vano, pero solo obtuvo el eco de su propia voz como respuesta. La plaza estaba desierta, bañada por la luz amarillenta de las farolas. La bicicleta seguía apoyada contra el árbol, pero la bolsa, la bolsa con todas las cartas de San Jacinto, se había esfumado.

Se sentó en el bordillo de la acera, sintiéndose desfallecer. La culpa lo consumía. Había traicionado la confianza de todo un pueblo, anteponiendo su propio capricho a la responsabilidad que le había sido encomendada. ¿Cómo iba a explicar lo sucedido? ¿Cómo iba a recuperar las cartas, los mensajes, las esperanzas que contenían?

Respiró hondo, tratando de ordenar sus pensamientos. No podía quedarse paralizado por el miedo. Tenía que actuar, y rápido. Se levantó con determinación, observando su alrededor en busca de alguna pista, alguna señal que le indicara el paradero de su bolsa. Vio a un hombre cruzando la plaza a paso rápido, con la cabeza gacha y una actitud sospechosa. Era un desconocido, alguien que nunca había visto antes en San Jacinto.

Sin pensarlo dos veces, Tomás corrió tras él, gritando que se detuviera. El hombre aceleró el paso, entrando en un callejón oscuro. Tomás lo siguió, sintiendo la adrenalina correr por sus venas. El callejón olía a basura y humedad. El hombre se detuvo al final, volteándose con una sonrisa burlona. En sus manos, sostenía la bolsa de cuero de Tomás.

"¿La quieres de vuelta, cartero?" dijo con voz rasposa. "Tendrás que ganártela." Le propinó una patada a la bolsa, haciéndola volar hacia el interior del callejón. Tomás, sin dudarlo, corrió tras ella, dispuesto a enfrentarse a lo que fuera para recuperarla.

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