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Cartas Perdidas, Corazones Encontrados

4. La Búsqueda de Clara

La denuncia ante la policía fue humillante. El sargento Gómez, un hombre corpulento con bigote espeso, lo miró con desaprobación, regañándolo por su negligencia. Tomás soportó la reprimenda con resignación, sabiendo que se lo merecía. Prometió que haría todo lo posible para ayudar en la investigación y recuperar el resto de las cartas.

Después de la comisaría, se dirigió a la casa de Clara Martínez. La encontró en el número 12 de la calle Los Jazmines, una casa pequeña y modesta con un jardín lleno de flores. Llamó a la puerta, sintiendo un cosquilleo en el estómago.

Una mujer joven, de unos treinta años, abrió la puerta. Tenía el cabello castaño recogido en un moño y unos ojos color miel que brillaban con inteligencia. Era hermosa, tal como la había imaginado el autor de la carta.

"Buenos días," dijo Tomás, con la voz temblorosa. "Soy Tomás Villalobos, el cartero. Tengo una carta para usted."

Clara lo miró con curiosidad, tomando el sobre que le ofrecía. Lo abrió con delicadeza, leyendo el contenido con atención. A medida que avanzaba en la lectura, sus ojos se iluminaron y una sonrisa radiante apareció en su rostro. Al terminar, levantó la vista hacia Tomás, con lágrimas en los ojos.

"Es preciosa," dijo con voz entrecortada. "Siempre he soñado con recibir una carta así."

Tomás sintió un alivio inmenso. Había cumplido su misión. Había entregado la carta a su destinatario y había sido testigo de la alegría que había provocado. Pero aún tenía una pregunta que hacer.

"¿Sabe quién la ha escrito?" preguntó con cautela.

Clara negó con la cabeza, con una expresión de misterio en su rostro. "No tengo ni idea," respondió. "Pero me encantaría saberlo."

Tomás le contó sobre el robo, sobre su descuido y sobre su búsqueda en el callejón. Clara lo escuchó con atención, mostrando comprensión y simpatía. Al final, le ofreció una taza de café y le agradeció por haberle entregado la carta.

Mientras tomaba el café, Tomás observó a Clara con detenimiento. Notó la forma en que se movía, la forma en que hablaba, la forma en que sonreía. Se dio cuenta de que era una mujer especial, una persona llena de bondad y encanto. Y entonces, lo comprendió.

"Creo que sé quién escribió la carta," dijo con suavidad. "Creo que el autor está más cerca de lo que usted imagina."

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