Correspondencia Mortal
3: La casa del número 42
La lluvia caía en cortinas plateadas cuando Marcos se plantó frente al número 42. No era la primera vez, pero sí la primera que lo hacía fuera de su horario laboral. La casa victoriana parecía encogerse bajo el cielo plomizo, sus ventanas opacas como ojos ciegos.
Un chirrido metálico lo hizo saltar. La puerta del buzón se abría sola, invitándolo. Dentro, otra carta crema esperaba para ser enviada. Marcos miró alrededor antes de tomarla. El sobre estaba húmedo, como si alguien lo hubiera sostenido con manos sudorosas.
Al romper el sello (esta vez sin precauciones), encontró una fotografía descolorida: una niña de tal vez ocho años, con un vestido amarillo, sentada en un columpio. Al dorso, en esa letra ya tan familiar: "¿Recuerdas esta tarde, Marcos?"
El cartero retrocedió como si lo hubieran golpeado. ¿Cómo sabían su nombre? Él no conocía a esa niña... ¿o sí? Un crujido en el porche lo sobresaltó. La puerta principal estaba ahora entreabierta, revelando un pasillo oscuro que olía a naftalina y algo más dulce, como carne en descomposición.
Una voz susurró desde dentro: "Entra, cartero. Tenemos mucho de qué hablar". Marcos corrió, pero supo que era demasiado tarde. El secreto ya lo había atrapado.