Correspondencia Mortal
4: La verdad en el ático
El sonido de su propia respiración resonaba en sus oídos mientras Marcos ascendía las escaleras chirriantes. Cada paso levantaba polvo que olía a tiempo detenido. La señora Elvira lo esperaba en el último peldaño, su bata negra ondeando como alas de cuervo.
"Te has demorado treinta años en volver", dijo con una sonrisa que no llegaba a sus ojos de cristal. El ático era un santuario de recuerdos: paredes empapeladas con fotos de la misma niña del vestido amarillo, ahora Marcos reconoció el parque de su infancia.
"Ella era mi hija", susurró Elvira, acariciando un marco. "Tu bicicleta la atropelló ese verano del 93. Tus padres pagaron para silenciarlo, te mandaron lejos."
Marcos sintió el suelo inclinarse. Tenía fragmentos de memoria: gritos, una bicicleta torcida, llanto. Pero siempre creyó que era un sueño. El olor a medicamentos y locura llenaba la habitación donde Elvira había pasado tres décadas planeando su venganza.
"Cada carta era un año de su vida perdida", explicó mientras abría un cajón lleno de sobres idénticos. "Y ahora, cartero, recibirás toda la correspondencia pendiente". El brillo de un cuchillo en su mano arrojó un destello sobre las fotos. Marcos comprendió que nunca había sido el lector, sino el destinatario final.