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El cartero que entregó su corazón a un perro callejero

5. El mejor compañero de ruta

Un año después de aquel día lluvioso en que rescató a Toby, Marcos se detuvo en la esquina de la calle Junín para ajustar la pequeña mochila que ahora llevaba su compañero canino. Lo que comenzó como un experimento (Toby llevando periódicos ligeros para los ancianos de la ruta) se había convertido en una parte esencial de su servicio. El perro, ahora bien alimentado, con su pelaje marrón brillante y su paso seguro (aunque todavía cojeaba levemente de la pata que una vez estuvo tan lastimada), esperaba pacientemente la siguiente instrucción. Su transformación era tan radical que los nuevos residentes del barrio no podían creer cuando les contaban que este Toby, el perro educado que llevaba cuidadosamente los paquetes en su boca, había sido alguna vez el terror del vecindario. Marcos sonrió al recordar cómo su vida había cambiado desde que Toby entró en ella. Ya no era el cartero solitario que hablaba con su gato por las noches. Ahora tenía a Toby, que lo recibía efusivamente al final de cada jornada, acompañándolo en sus caminatas vespertinas y durmiendo a sus pies mientras veía televisión. Don Gato, después de un período inicial de resentimiento, había llegado a una especie de acuerdo de coexistencia pacífica con Toby. Los dos animales incluso compartían el sofá en las tardes frías, aunque ambos pretendían que era coincidencia. En el aniversario del día en que rescató a Toby, Marcos llevó al perro de vuelta al exacto lugar donde solían enfrentarse. 'Mira lo lejos que hemos llegado, muchacho', le dijo, rascándole detrás de las orejas en ese punto que hacía que la pata trasera de Toby se sacudiera de placer. El perro respondió lamiéndole la mano, un gesto que hubiera sido impensable un año atrás. Esa tarde, mientras caminaban juntos hacia casa bajo la luz dorada del atardecer, Marcos recordó las palabras que la Dra. Morales le había dicho el día que llevó a Toby a la clínica: 'A veces rescatamos a los animales, y a veces son ellos los que nos rescatan a nosotros'. Sonrió, apretó la correa con cariño, y supo que en este caso, ambas cosas eran profundamente ciertas. Toby, sintiendo quizás la emoción de su humano, se detuvo y lo miró con esos ojos marrones que ya no tenían rastro de agresividad, solo lealtad y algo que podía ser, quién sabe, amor. Marcos se agachó y abrazó al perro, sin importarle quién pudiera verlo. 'Vamos a casa, Toby', murmuró. Y juntos, el cartero y el perro que dejó de morder para amar, continuaron su camino.

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